El ataúd quemó lentamente. Salimos con la mente al revés y
el estómago vacío. Entramos en el primer restaurante que vimos. Menú Beijing
para todos. Después de una hora nos llegó el primer plato, veinte chinos
empezaron a bailar. Otra hora, vino el arroz frito, un dragón y música
tradicional. A la hora del postre, se volvieron locos, cohetes, tambores y mi
pobre mamá en medio tan agobiada. Me sentaron mal los rollitos del año nuevo
chino.
Lucas
Krywicki, 20
años, Liège, Bélgica, prof Paula Pessanha Isidoro, USAL
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